miércoles, 31 de diciembre de 2014

Miguel de Cervantes Saavedra

El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha

Sancho Panza



Sancho PanzaMiguel de Cervantes Saavedra, España, 1547 - 1616

Nació en Alcalá de Henares y murió en Madrid, participó en la Batalla de Lepanto en 1571, en este combate naval contra los turcos, perdió in mano, por lo que se ganó el sobrenombre de Manco de Lepanto.

En su obra cumbre: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes hace 52 referencias a la encina y sus sinónimos: encina, encinal, encinar, carrascales, bellotas, chaparras, matapardas, o sardón, que son sinónimos de la encina.

Citas que don Miguel de Cervantes pone en boca de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha" y en la que se hace mención a la encina o a la bellota.



El Quijote,
- Se refiere a las dehesas del tortuoso Guadiana (dehesas de encina o encinares)
- Se emboscó en la floresta, encinar o bosque junto al gran Toboso.
- Don Quijote dormita al pie de una robusta encina.
- Con un corazón de encina (frase en sentido figurado, por la dureza de su madera)
- Hay varias citas: a la encina, en donde atar a Rocinante o al Rucio.
- En otra cita: la encina done se encuentra atado el criado al que su amo lo azota.
- Por eso los pastores fabrican con el corazón de la encina, los badajos de los cencerros, porque duran mucho, sin desgastarse.
- En varias ocasiones alude a la "robusta" o "antigua encina" por los corpulentos y viejos que pueden llegar estos árboles que son símbolos de vigor y longevidad.
- Otra cita: "gran cantidad de bellotas avellanadas".

- Y a pocos pasos que entró en el bosque vio atada a una yegua a una encina y a otra a un muchacho.
- Y procuran subirse a una alta encina, no fue posible.
- Se quedó en el aire asido de un gancho de la encina sin poder llegar al suelo.
- Pues míreme bien, que yo soy aquel mozo que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado.
- Digo que estaba atado a la encina, desnudo del medio cuerpo para arriba.
- Habiéndose en una batalla roto la espada, desgajó una rama y con el machacó tantos moros.
- Que también tenía una lanza arrimada a la encina, donde también estada arrimada la yegua.


                         

“De lo que sucedió a D. Quijote con unos cabreros”. 
Fragmento del Capítulo XI de la Primera Parte del 
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, 
por Miguel de Cervantes


Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:


- " Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados; y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. 

Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano, y alcanzarle de las robustas encinas que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto; las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían; en las quiebras de las peñas y en los huecos de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano sin interés alguno la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo.

Sancho Panza
Los valientes encinos despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. 
Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella sin ser forzada ofrecía por todas las partes de su fértil y espacioso seno lo que pudiera hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían.

Toda esta larga arenga –que se pudiera muy bien escusar– dijo nuestro caballero porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. Sancho, asemesmo, callaba y comía bellota y visitaba muy a menudo el segundo zaque, que, porque se enfriase el vino, le tenían colgado de un alcornoque". 

LA GALATEA


En esta Obra Literaria, Cervantes hace dos menciones: a la encina y otra al encinal.

martes, 30 de diciembre de 2014

Miguel de Unamuno



 
Don Miguel de Unamuno: Mar de Encinas


Nació el 29 de setiembre en Bilbao, España el 1864 y murió el 31 de diciembre de 1936 en Salamanca, España, escritor poeta y filosofo.
Unamuno el gran escritor vasco vivió rodeado de encinas desde su infancia, fue un enamorado de la encina y le canta en prosa y en verso el carácter sagrado y sus peculiaridades; en 1906 escribió "El mar de encinas", donde sincretiza a la encina con Castilla y su historia, para Unamuno la encina es un emblema de Castilla, también la menciona en "Presagio"(Castellanas) y en "La encina y el sauce", 1910.


Miguel de Unamuno


Mar de encinas

En este mar de encinas castellano,
los siglos resbalaron con sosiego, 
lejos de las tormentas de la historia, 
lejos del sueño 
que a otras tierras la vida sacudiera; 
sobre este mar de encinas tiende el cielo 
su paz engendradora de reposo, 
su paz sin tedio. 

Sobre este mar que guarda en sus entrañas 
de toda traición el manadero 
esperan una voz de hondo conjuro 
largos silencios.


Cuando desuella el estío la llanura, 
cuando la pela el riguroso invierno, 
brinda al azul el piélago de encinas     
su verde viejo.

Como los días, van sus recias hojas 
rodando una tras otra al pudridero,
y siempre verde el mar, de lo divino 
no es espejo.

Su perenne verdura es la de la infancia 
de nuestra tierra, vieja ya, recuerdo, 
de aquella edad en que esperando al hombre 
Es su calma manantial 
de esperanza eterna, eterno. 

Cuando aún no nació el hombre ella verdecía 
mirando al cielo 
y le acompaña su verdura grave 
tal vez hasta dejarle en el lindero 
en que roto ya el viejo, 
nazca al día un hombre nuevo.

Es su verdura flor de las entrañas 
de esta rocosa tierra, todo hueso; 
en flor de piedra su verdor perenne 
pardo y austero.

Es, todo corazón, la noble encina 
floración secular del noble suelo que, 
todo corazón de firme roca, 
brotó el fuego 
de las entrañas de la madre tierra. 

Lustrales aguas le han lavado el pecho 
que hacia el desnudo cielo alza desnudo 
en verde vello.

Y no palpita, aguarda en un respiro 
de la bóveda toda el fuerte beso, 
a que el cielo y la tierra se confundan 
en lazo eterno.

Aguarda el día del supremo abrazo 
con un respiro poderoso y quieto 
mientras, pasando, mensajeras nubes 
templan su anhelo.

En este mar de encinas castellano 
vestido de su pardo verde viejo 
que no ceja, del pueblo a que cobija, 
místico espejo.


Cancionero Inedito

Encinas de verdor perenne y prieto,
que guardáis el secreto,
de la madurez eterna de Castilla, 
podada maravilla de sosiego copudo,
encinas silenciosas, de corazón nerviado,
más llega la modorra,
encinas matriarcales,
que esta tierra de encinas pétreas,
lo piedra suele tomar ternuras de madera.




La encina y el sauce

La innoble encina al cielo innoble alza su copa,
la copa prieta, que ni cierzo fiero riza,
mientras el sauce llorón, en el agua huidiza
la cabellera tiende hundiéndola en el río.

Van sus hojas de otoño del río en la ronda,
hacía el mar, en que el río vencido, agoniza.
y al llegar dle invierno los cielos ceniza,
monta su manojo de varas sin fronda.

Deme Dios el vigor de la encina selvática,
que huracanes respira en su copa robusta,
y del alma en el centro, una rama fanática,
con verdor de negrura perenne y adusta,
que no quiero del sauce la fronda simpática,
que a las aguas, que pasan doblega su fusta.

Milenarias encinas castellanas,
a que riegan ramas del Duero y del Tajo,        
que Dios bendiga vuestro canto,
quijotesco canto, que me ha sido dado,
oir, mientras miraba el oleaje dorado,
de la mies a espera de la hoz segadora.

Las sosegadas encinas, flor de la roca,
de los campos que ciñen a esta ciudad,
gloriosa Salamanca,
Encina plateresca y arenosa también.

Las graves y recogidas encinas, del prado,
aquellas encinas sosegadas, recogidas y castas,
que ocultan poderosas su verde y recatada flor,
en estas dehesas salmantinas,
me he detenido tantas veces a contemplar,
estas matriarcales encinas.

El corazón melodioso de Don Quijote,
era como el corazón de la encinas manchega,
y su flor como la candela.
No puedo representarme a Don Quijote,
sino al pIe de una encina.

Cruzar campos por entre matriarcales, 
encinas castellanas, matriarcales, 
velazqueñas y quijotescas,
¡la encinas! símbolo,
emblema secular,
del alma de esta tierra.

El hombre encina, 
da en primavera su flor, su candela, 
que se esconde en el follaje prieto,
y da en el otoño bellotas.

Y cuando, el hombre encina,
se rinde a tierra, aun con su leña,
se calientan muchos en el invierno.

Y hay más, y es que tiene
su corazón melodioso,
como la encina lo tiene,
pues del llamado corazón de encina
de aquel duro y de corazón cogollo,
hacen los pastores dulzainas y chirimías.

Que así la encina sombra,
leña para calentarse
y corazón de tañir tonadas.

Junto a la laguna del Cristo

Noche blanca en que el agua cristalina
duerme queda en su lecho de laguna
sobre la cual redonda llena luna
que ejército de estrellas encamina
vela, y se espeja una redonda encina
en el espejo sin rizada alguna,
noche blanca en que el agua hace de cuna
de la más alta y más honda doctrina.





Todo pasa

La tierra roja, el cielo añil, culmina
el sol desnudo en el zenit y asesta
sus dardos; es la hora de la siesta;
se empardece el verdor de la colina.

A la redonda sombra de la encina
inmoble y negra, inmoble se recuesta
el negro toro, y una charca apresta
su espejo inmoble de agua mortecina.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Federico García Lorca

Poemas a la encina de Federico García Lorca



Federico García Lorca, nacio en Fuente Vaqueros, Granada, omunidad Autonoma de Andalucía, España el 5 de julio de 1898, murió en 1936.
Andalucía se ubica en la rivera del Mediterráneo y donde se halla la encina mas antigua de España, declarada Monumento Naciona: Encina La Peana.

Encina 

Bajo tu casta sombra, encina vieja,
quiero sondar la fuente de mi vida
y sacar de los fangos de mi sombra
las esmeraldas líricas.

Echo mis redes sobre el agua turbia
y las saco vacías.
¡Más abajo del cieno tenebroso
están mis pedrerías!

¡Hunde en mi pecho tus ramajes santos!
¡oh solitaria encina,
y deja en mi sub-alma
tus secretos y tu pasión tranquila!

Esta tristeza juvenil se pasa,
¡ya lo sé! La alegría
otra vez dejará sus guirnaldas
sobre mi frente herida,
aunque nunca mis redes pescarán
la oculta pedrería
de tristeza inconsciente que reluce
al fondo de mi vida.

Pero mi gran dolor trascendental
es tu dolor, encina.
Es el mismo dolor de las estrellas
y de la flor marchita.

Mis lágrimas resbalan a la tierra
y, como tus resinas,
corren sobre las aguas del gran cauce
que va a la noche fría.
Y nosotros también resbalaremos,
yo con mis pedrerías,
y tú plenas las ramas de invisibles
bellotas metafísicas.
No me abandones nunca en mis pesares,
esquelética amiga.
Cántame con tu boca vieja y casta
una canción antigua,
con palabras de tierra entrelazadas
en la azul melodía.

Vuelvo otra vez a echar las redes sobre
la fuente de mi vida,
redes hechas con hilos de esperanza,
nudos de poesía,
y saco piedras falsas entre un cieno
de pasiones dormidas.

Con el sol del otoño toda el agua
de mi fontana vibra,
y noto que sacando sus raíces
huye de mí la encina.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Félix Lope de Vega

Félix Lope de Vega





Félix Lope de Vega, poeta y dramaturgo, llamado El Fénix de los Ingenios, nació en Madrid, España, el 25 de diciembre de 1568 y murió el 27 de agosto de 1635.

Lope de Vega vivió en una región donde hay muchos encinares de allí que menciona al árbol de la encina en 2 de sus poemas: 

Si la dura encina 

Si la mas dura encina que ha nacido
del corazón de la Morena Sierra
o el Alpe en su nevada cumbre encierra
fiero desdén te hubiera producido.

Si tu primer sustento hubiera sido
leche de tigre de la Hircana tierra
el engendrado te hubieran en la guerra
entre sus voces armas y ruido.

No fuera mas esquiva y desdeñosa
mas si mirando airada me das muerte
vida me das mirandome amorosa

Luego si vivo cuando vuelvo a verte
ni tu puedes dejar de ser hermosa
ni yo de tener vida y de quererte.
Cuando las secas encinas

Cuando las secas encinas,
alamos y robles altos,
los secos ramillos visten
de verde hojas y ramos.


sábado, 27 de diciembre de 2014

Gabriela Mistral

Gabriela Mistral

Poema a la encina


Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, poetisa, pedagoga, diplomática y feminista, nació en Vicuña, Chile el 7 de abril de 1889 y murió el 10 de enero de 1957 en Nueva York, Estados Unidos. 
Premio Nobel de Literatura 1945.
Vivió en España donde fue cónsul de su país, allí conoció a las espléndidas encinas de sombras perfumadas.
Fue llamada: la encina bravía que ocultaba miel bajo su corteza.

La encina

Esta alma de mujer, viril y delicada,
dulce en la gravedad, severa en el amor,
es una encina espléndida de sombra perfumada,
por cuyos brazos rudos trepara un mirto en flor.

Pasta de nardos suaves, pasta de robles fuertes,
le amasaron la carne rosa del corazón,
y aunque es altiva y recia, si miras bien adviertes
un temblor en sus hojas que es temblor de emoción.

Dos millares de alondras el gorjeo aprendieron
en ella, y hacia todos los vientos se esparcieron
para poblar los cielos de gloria. 

¡Noble encina,
déjame que te bese en el tronco llagado,
que con la diestra en alto, tu macizo sagrado
largamente bendiga, como hechura divina!

II

El peso de los nidos ¡fuerte! no te ha agobiado.
Nunca la dulce carga pensaste sacudir.
No ha agitado tu fronda sensible otro cuidado
que el ser ancha y espesa para saber cubrir.
La vida (un viento) pasa por tu vasto follaje
como un encantamiento, sin violencia, sin voz;
la vida tumultuosa golpea en tu cordaje
con el sereno ritmo que es el ritmo de Dios.
De tanto albergar nido, de tanto albergar canto,
de tanto hacer tu seno aromosa tibieza,
de tanto dar servicio, y tanto dar amor,
todo tu leño heroico se ha vuelto, encina, santo.
Se te ha hecho en la fronda inmortal la belleza,
¡y pasará el otoño sin tocar tu verdor!

III

¡Encina, noble encina, yo te digo mi canto!
Que nunca de tu tronco mane amargor de llanto,
que delante de ti prosterne el leñador
de la maldad humana, sus hachas; y que cuando
el rayo de Dios hiérate, para ti se haga blando
y ancho como tu seno, el seno del Señor!

Dedicado a la maestra Brigida Walker

En su poema El espino, menciona a la encina en la segunda estrofa:

El espino prende a una roca 
su enloquecida contorsión
y en el espiritú del yermo
retorcido de angustia y sol.

La encina es bella como Júpiter
y es un Narciso el mirto en flor.
A el lo hicieron como a Vulcano

En el poema: Desolación, Gabriela Mistral también menciona 
a la encina en al octava estrofa:

Daba sombra por una sombra su encina hendida
el día en que la muerte la convidó a partir
Pensando en que su madre la esperaba dormida
a la de Ojos Profundos se dió sin resentir.


Poema a la encina




Antonio Machado Ruiz

  Poemas a la encina

Poema a las encinas

Antonio Machado Ruiz, España 1879 - 1939, nació en Triana, Sevilla el 26 de julio de 1875 y murió en Colliure, Francia el 22 de febrero de 1939. 

El poeta se costumbró a pasear por los campos soleados de la Sierra de Guadarrama, los campos frescos de Castilla donde abundan las encinas y forman los llamados "encinares castellanos" un lugar que lo inspiró acrear esos hermosos versos que componen su poema "Campos de Castilla"

Campos de Castilla

- 1° parte.
¡Encinares castellanos
en laderas y altozanos,

serrijones y colinas 
llenos de oscura maleza, 
encinas, pardas encinas; 
humildad y fortaleza! 
Mientras que llenándoos va 
el hacha de calvijares, 
¿nadie cantaros sabrá, 
encinares? 
El roble es la guerra, el roble 
dice el valor y el coraje, 
rabia inmoble 
en su torcido ramaje; 
y es más rudo 
que la encina, más nervudo, 
más altivo y más señor.                                                      
El alto roble parece                                                                 
que recalca y ennudece 
su robustez como atleta 
que, erguido, afinca en el suelo.             

Poemas de Machado
El pino es el mar y el cielo 
y la montaña: el planeta. 
La palmera es el desierto, 
el sol y la lejanía:                                                     
la sed; una fuente fría 
soñada en el campo yerto. 
Las hayas son la leyenda. 
Alguien, en las viejas hayas, 
leía una historia horrenda 
de crímenes y batallas. 
¿Quién ha visto sin temblar 
un hayedo en un pinar? 
Los chopos son la ribera, 
liras de la primavera, 
cerca del agua que fluye, 
pasa y huye, 
viva o lenta, 
que se emboca turbulenta 
o en remanso se dilata. 
En su eterno escalofrío 
copian del agua del río 

las vivas ondas de plata.

De los parques las olmedas
son las buenas arboledas,
que nos han visto jugar
cuando eran nuestros cabellos rubios
y con nieves en ellos,
 no han a ver meditar.
Tiene el manzano el olor 
de su poma,
el eucalipto el aroma, 
de sus hojas, de su flor
el naranjo la fragancia;
y es del huerto
la elegancia
el ciprés oscuro y yerto.

Campos de Castilla
¿Que tienes tú, negra encina,      
campesina,
con tus ramas sin color,
en el campo sin verdor;
con tu tronco ceniciento
sin esbeltez ni altiveza, 
con tu vigor sin tormento,
y tu humildad que es firmeza?
En tu copa ancha y redonda nada brilla,
ni tu verdeoscura fronda
ni tu flor verdeamerilla.
Nada es lindo ni arrogante
en tu porte, ni guerrero nada fiero
que aderece tu talante.

LAS ENCINAS - 2° parte         

Parda encinaBrotas derecha o torcida
con esa humildad que cede
sólo ante la ley de la vida,
que es vivir como se puede.
El campo mismo se hizo
árbol en ti parda encina,                            
ya bajo el sol que calcina,
ya contra el hielo invernizo,
el bochorno y la borrasca
el agosto y el enero,
los copos de la nevasca,
los hilos del aguacero,
siempre firme, siempre igual,                
impasible, casta y buena,
¡oh tú, robusta y serena,
eterna encina rural!

de los negros encinares
de la raya aragonesa
y las crestas militares
de la tierra pamplonesa;
encinas de Extremadura,
de Castilla, que hizo a España,
encinas de la llanura,
del cerro y de la montaña;
encinas del alto llano
que el joven Duero rodea,
y del Tajo que serpea
por el suelo toledano;
encinas de junto al mar?
en Santander?
encinar que pones tu nota arisca,
como un castellano ceño,
en Córdoba la morisca,
y tu? encinar madrileño,
bajo Guadarrama frío,
tan hermoso, tan sombrío,
con tu adustez castellana
corrigiendo,
la vanidad y el atuendo
y la hetiquez cortesana! ...
Ya sé, encinas
campesinas,
que os pintaron, con lebreles
elegantes y corceles,
los más egregios pinceles,
y os cantaron los poetas
augustales,
que os asordan escopetas
de cazadores reales;
más sois el campo y el lar
y la sombra tutelar
de los buenos aldeanos
que visten parda estameña,
y que cortan vuestra leña
con sus manos.

Autor: Antonio Machado Ruiz

viernes, 26 de diciembre de 2014

José María Gabriél y Galán

José María Gabriél y Galán
Poeta español

Poeta español


José María Gabriél y Galán, poeta español nacido en Castilla y León, región de encinas y encinares, escribió poemas en cuyos versos menciona a la encina, el árbol que inspiró a tantos pintores, músicos y poetas.

Presagio

¿Ves ese tronco, Agustina,
que en el hogar se calcina
y da a mis miembros calor?
Pues es el de aquella encina
del valle de Fuenmayor.

No mataron sus vigores
ni el cuchillo de la helada
ni el dogal de los calores,
sino la mano pesada
de los años destructores.

Allá, cuando Primavera
verdes los campos ponía,
y mi alegre pastoría,
derramada en la ladera,
desde el valle se veía,

Viví como un rey en él
de esa encinita a la sombra.
¿Dónde hay tronco como aquel?
Hierba y flores por alfombra,
y amplias ramas por dosel.

Allí aprendí a meditar
y sentí las embriagueces
del alto y puro pensar,
y por gozarlas cien veces
por eso aprendí a cantar.

Y sonaron mis canciones
a ruido de hojas de encina,
arpa ruda cuyos sones
dieron al alma emociones
y al estro voz peregrina.

En julio, el abrasador,
cuando a la ruda labor
iba con mis segadores
a aquellos alrededores
del valle de Fuenmayor,

Esa vieja venerable,
único asilo habitable
de la abrasada llanura,
me daba sombra agradable
con hábitos de frescura.

Porque el que puso en el cielo
un sol que calcina el llano,
pone una sombra en el suelo,
como en el dolor humano
pone de la fe el consuelo.

Y aquella encina frondosa
que en las gayas estaciones
me dio música amorosa,
cuya dulzura sabrosa
cayó sobre mis canciones,

Diome después, en estío,
fresco dosel protector,
y ahora, que invierno sombrío
me tiene yerto de frío,
presta a mi cuerpo calor.

II

Así fuiste tú, mujer.
Me diste en las primaveras
de aquel encantado ayer
las poéticas primeras
impresiones del querer.

Y así como la armonía
que de la encina caía
se derramó en mis canciones,
tu amor en el alma mía
vertió mundos de ilusiones.

Después, cuando me agobiaba
la dolorosa fatiga
de un vivir que ya se acaba,
tú fuiste la sombra amiga
donde el alma descansaba.

Y ahora, que ya está conmigo
del alma el invierno helado,
que es su postrer enemigo,
viviendo estoy amparado
de tu cariño al abrigo.

Yo tengo miedo, Agustina,
que el tiempo que se avecina
me busca amenazador...
¡Ay, que ya murió la encina
del valle de Fuenmayor!...